Un día quise tener un pez, y lo tuve. Partí a la tienda de mascotas más cercana y me dediqué por unos no muy largos minutos a observar un acuario con alrededor de 20 peces. Yo quería uno naranjo entero, pero hubo uno que me causó mucha gracia con su colita negra, y además me cayó bien porque era como el revoltoso del curso, hacía unas piruetas extrañas contra las piedritas del fondo y levantaba polvo acuático, que yo supongo le molestaba a sus compañeros. Y lo compré.
Al principio me angustiaba no saber cómo cuidarlo. Para cambiarle el agua llamaba prácticamente a toda mi familia a la cocina, y era todo un show: mi mamá lo sacaba, Camila cuidaba que mi mamá no se mandara una embarrada (todo esto incluía gritos descomunales y violencia verbal), yo lavaba la pecera y le ponía agua nueva. Ah, y Lukas miraba.
Timoteo. Así le puse. Alias Teo o Timoty (léase agringadamente).Nunca sabré si era hombre o mujer, porque una vez leí que para saber el sexo de los peces hay que abrirlos y ver si tiene no sé qué cosa. Ni loca de patio lo haría, así que decidí presumir que era un chiquillo no más, y así vivir la experiencia de tener las 24 horas del día a un hombre en la pieza. Le puse Timoteo porque entre todas las ideas que me dieron, encontré que era el que más encajaba con él, no sé, porque pienso que es un nombre que suena a algo naranjo. Naranjo con negro.
Pasó el tiempo y ya me sentía una fanática extrema de los peces, de los naranjos sobre todo. Curiosamente me aparecían hermanos de Timoteo hasta en la sopa, en las películas que veía (sí, esa película de nuevo), en revistas, fotos, en todo. Fue Timoteo el que me inspiró a darme la paja de cambiarle el diseño a mi blog. Muchas veces me sentí estúpida, porque mi pez se convirtió en ese que me escuchaba al llegar a mi casa (sí, le hablaba y qué tanto), y también en el que soportaba mis cantos gritones al llegar de ensayo de coro.
Pasó el tiempo aún más y la colita negra de Timoteo se destiñó. Ahora era entero naranjo. Su agua se comenzó a ensuciar más rápido que antes, y debía cambiársela ya no cada tres días, sino que cada dos. A menudo se volvía loco y saltaba fuera del agua. Comencé a sentirme culpable. ¿En realidad era bueno tenerlo aquí conmigo, o nunca debí haberlo comprado? Al menos yo lo quería, ese creo que era mi consuelo. Lo quería más que esos peces que probablemente lo odiaban por levantar polvo acuático, y muchísimo más que el atendedor de la tienda de mascotas, que de seguro ni sabía de su existencia. Había muchas cosas que me gustaban de Timoteo, como cuando se quedaba pegado mirando la carpeta verde que estaba tras su pecera, imaginado quizás qué mundo color de algas, el mundo del que vino, pienso. También era bacán cuando le daba comida y él cachaba el olor desde antes, y se acercaba a la superficie antes de que yo me dispusiera a dársela. Disfrutaba tanto ese momento. Si hubiese podido le habría dado comida por toda una eternidad, pero lamentablemente era un lujo que me podía dar sólo dos veces al día, porque mi mamá me contó que una vez alimentó a su pez más veces de las que debían ser, y murió ese mismo día: de satisfecho debe haber sido :/
Bueno, Timoteo también murió. Hoy: quizás el peor día de todos, considerando que tengo que escribir un ensayo a base un texto del que no entiendo ni jota. Entré a mi pieza y lo vi quieto. Fue horrible. Camila fue la primera en llegar después de mí, y creo que lloró antes de que yo reaccionara ante lo penoso de la situación. No pensé que me diera tanta pena en realidad. Después llegó Lukas y no entendía nada, sólo atinó a hacer un dibujo para mí.
Le cambié el agua por última vez y le eché comida (la que ahora flota triste porque nadie se la come). Mañana lo enterraré bien bieeen bajo tierra, para que Paca no lo encuentre nunca, porque o sino se lo come. Ya no tengo pena y escucho el Pet Sounds. Fue raro y bonito a la vez, Timoteo murió con una canción de ese disco de fondo. Con un sonido de mascotas, já.